
Desde pequeño, Rafael Antonio Carmona Brito estuvo unido al
Instituto, primero de formación profesional, luego de enseñanza secundaria, en
cuerpo y alma.
Él, que por su
discapacidad, en aquellos tiempos, no tuvo una formación reglada, sí se esforzó
por aprender a leer y escribir. Presumía orgulloso cuando leía un cartel en un
tablón de anuncios o deletreaba alguna palabra que un alumno cualquiera, que
pasaba por allí, le ponía para tal fin.
Le encantaban los
libros, de Historia, sobre todo, en los que se detenía a mirar fotos o cuadros,
láminas de romanos (a los que admiraba) o de catedrales, o de Semana Santa (otra
de sus pasiones).
Era su
"trabajo". Se levantaba a diario con la, autoimpuesta, obligación de
servir al Instituto. Vigilaba más que nadie, fue ayudante del portero, del
conserje, de las limpiadoras, del administrativo, del director... siempre
atento, siempre pendiente de que los alumnos no se saltaran las clases y no
salieran del centro fuera de su hora.
Todos los que lo
conocieron tendrán la imagen de Antonio comiendo su manzana del mediodía,
durante el recreo. Generaciones y generaciones de alumnos que lo vieron como
uno más, un eterno “repetidor”, orgulloso de emplear su tiempo en ser parte,
digna, de la educación de los jóvenes de Cazalla.