
Atrás quedan los altozanos de la calle Llana sobre los que destaca el edificio de la Cámara Agraria. Justo en frente, un cartel verde y blanco anuncia la sede de Automovilística Bética, cuyo autobús conduce Juan “el del Directo”. Al lado, el almacén de Ayuso y la sede de la Compañía Sevillana.
Una cigüeña observa la escena en el nido que ha construido en la impertérrita, a pesar del paso del tiempo, espadaña del Convento que despliega una larga sombra sobre el quiosco metálico pintado de verde del Chato. Allí hace una parada, en la sede del Banco Hispano-Americano. Como siempre, tiene que esperar a un amigo. Éste no tiene bici y a pesar de que baja corriendo, casi rodando, las empinadas cuestas del Barrio Nuevo, normalmente llega tarde. Se sube en el portamaletas de la bicicleta. Su cara dibuja un gesto torcido cuando los hierros se le clavan en el culo. Los pies los coloca en las tuercas que sujetan la rueda de atrás, con cuidado de no meterlos en la cadena o entre los radios. Se agarra fuertemente a la cintura del compañero y ahora juntos, continúan el camino hacia el Moro. En tanto uno conduce diestramente la bici, el otro va observando la acera izquierda de la calle. La taberna del “Costri”, el balcón cerrado con cristalera de una casa, el Bar “La Ganchosa”... Un poco más abajo, aparece la fachada de piedra de la casa-palacio, de cuyo interior resuenan aún las corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas que brotaron de un acordeón la noche anterior.

Giran entonces en dirección a la calle Velarde. Los adoquines del pavimento hace temblar la bici y también a sus ocupantes. Les encanta ir dando gritos. Gritos que se entrecortan cada vez que la bici despega sus dos ruedas del suelo. El zaguán de Juan Andrés queda a la vista. A la izquierda la carnicería, a la derecha el puesto de chuches. Más abajo el Taller de coches de Rafael Romero, delante, el Llano de los Escolares y de frente ese gran edificio que aún acoge algunos de los cursos de los niños más pequeños de la educación primaria y el bachillerato. Pasan por el tanque de la leche, la Hermandad de Labradores y … se acabó el urbanismo.
En las piedras de Los Peñasquitos algunas mujeres, lista la colada, tienden sus blancas sábanas al sol para que se sequen. El regajo del "Torí" huele mal, más a su paso por el puente de ladrillo, en el cruce del Cortijito, donde se ven multitud de residuos por allí esparcidos. Los dos ciclistas cogen aire, aguantan la respiración y no vuelven a respirar hasta que, morados, sueltan el aire casi en Cantalgallo. Recortan por la vereda que bifurca Los Morales con el Llano de San Sebastián y se meten en su pulmón en dirección al terreno de juego. Se bajan de la bici unos 50 metros antes de llegar. Dan una fuerte patada al balón y corren detrás de él. Allí están ya preparados el resto de jugadores. Una de las porterías está formada por el tronco de un árbol y una camiseta. La otra está delimitada por una piedra y una blusa de un chándal. Ambas preparadas para formar parte de la polémica que se suscitará durante el encuentro. Ha sido gol, dirán unos. No ha sido poste porque el balón ha pasado justo por encima de la piedra. Ha sido gol, dirán otros. No ha sido alta porque el portero ha saltado con todas sus ganas y no alcanzaba. Tras sortear los equipos por el método “la echo la burra de barbecho, la eché pero no la encontré”… ¡Comienza el partido!