Era un niño bajito y regordete que era capaz de almorzar en
casa y repetir almuerzo si en la casa de su tía la comida le entraba por el
ojo. Disfrutaba comiendo. Ahora también disfruta con la comida y con las cosas
sencillas. Por eso, cuando echa la vista atrás, a su mente acuden momentos que podían
parecer cotidianos cuando era pequeño, pero que, con los años, se han
convertido, precisamente por sencillos, en mágicos.
Uno de esos momentos hoy mágicos, era cuando su abuela
Isabel le daba una cubeta que en su día había servido de soporte para los
helados de nata que acompañaban los postres del Bar Los Mellis. Eso significaba
que había que ir a la “Confi” a por harina para rebosar el pescado frito.
Sólo tenía que cruzar la calle. Los días que iba cuando Amadora
había concluido su horario de venta al público, se encontraba que la puerta
estaba emparejada. La atravesaba y entonces el ruido del motor de la vitrina se
mezclaba con el olor dulce que se ha quedado fijado para siempre. En la
penumbra permanecía unos segundos, esperando que sus pupilas se adaptaran a la
oscuridad para vislumbrar ante sí bandejas de pasteles redondos, petisús,
rosas… todo un tesoro para un golimbro.
Atravesaba la habitación del trinchero y del frigorífico, de
donde más de una vez había visto salir carmelas rebosantes de crema. Una sala más adentro Antonio, el Maestro, apretujaba su manga pastelera con la que
dibujaba trazos de merengue en la tarta de cumpleaños que estaba preparando. -
¡Hombre Paquillo! – decía sonriente. Mientras dejaba la manga pastelera acompañaba al niño con la mano en el hombro
hasta donde tenía la harina. Cargaba la pala un par de veces y ya estaba el
cubito lleno. Quini bromeaba con el niño sobre la singularidad que los hacía
diferentes. Ambos tenían los piés planos. Allí estaban también Lolo y Práxedes
que después de acabar el curso estaba pasando las vacaciones de verano en Cazalla
y arrimaba el hombro.
El patio al fondo, el brazo que batía el merengue, los
bizcochos recién salidos del horno, crema, moldes, manos llenas de harina, bizcotelas
en papel de estraza… Siempre trato familiar. Dulces recuerdos de la infancia
que quedan grabados con la mejor de las tintas en los pergaminos de la memoria.
Si había arroz o "papas guisás" seguro que el niño repetía...
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